Cuando practicamos yoga intervienen principalmente:
Las asanas o posturas realizadas con el cuerpo, los ejercicios de pranayama o de control y manejo de la respiración y la concentración mental que nos mantiene unidos junto a nuestro sentir; a ese estado de PRESENCIA y de unión con nosotros mismos.
La práctica de determinadas asanas junto con determinadas respiraciones favorecen que los órganos internos se nutran de sangre fresca; oxigenada y con ello se descongestionen y se liberen de toxinas. Así se tonifican y estimulan en su funcionamiento órganos como el hígado, los riñones, páncreas, intestinos, etc.
Calma y vitalidad: Aquí nuestra respiración es nuestra aliada; respirar es vivir! y en la medida que respiramos mejor, así nos sentimos. Podemos intervenir en el funcionamiento de todo nuestro cuerpo a través de la respiración. Es difícil querer relajar los músculos por si solos sin movimiento alguno, hacer que la linfa circule mejor por nuestro cuerpo o influir sobre nuestro torrente sanguíneo; es difícil, MÁS AÚN, provocar que ese caos mental que en estados de depresión o euforia nos permita ver más allá.
Controlando nuestra respiración controlamos todo lo que acontece en nuestro organismo.
Despertando el estado de Presencia:
Cuando nos sentimos cómodos, con un “traje que no molesta“ y una mente sin “turbulencias” estamos preparados para comenzar nuestro viaje meditativo que nos conduce a lo más valioso que tenemos; nosotros mismos. El mayor beneficio que podemos adquirir.
Sabemos entonces que somos algo más a parte de nuestra personalidad cargada de dolencias a veces, sufrimiento, euforia y pensamientos movidos en un caos continuo en el torrente de nuestra mente. Nos aceptamos y valoramos con todo lo que traemos aquí, con todo nuestro equipaje interno y externo pero tenemos momentos en los que no nos identificamos con él; al menos no tanto pudiendo ser más felices, calmados y ecuánimes.