Beneficios de la práctica de Mindfulness
El primer beneficio de la práctica, un poquito regular eso si, es el incremento de nuestra capacidad de atención, de concentración. Vamos dándonos cuenta que cada vez estamos “mas en lo que estamos” y no perdemos tanto tiempo en rumiaciones mentales poco provechosas.
Como consecuencia de disminuir dichas rumiaciones disminuye la ansiedad y la sensación de culpabilidad. La mente está continuamente yéndose al pasado, lo que nos provoca en muchos casos una sensación de culpabilidad, o yéndose al futuro, esto es, anticipando los acontecimientos, esto nos suele traer, en muchos casos, una sensación de angustia. La mente tiende a hacer catastrofismo, a pensar que en un futuro más o menos cercano nos van a ocurrir desgracias diversas. Con el mindfulness tratamos de situarnos en el momento presente, y en el aquí y ahora no existe el problema de la culpabilidad ni de la ansiedad, ya que no nos recriminamos por el pasado ni nos angustiamos por lo que pueda venir, estamos simplemente ocupados en lo que está ocurriendo en este preciso momento.
Al disminuir el diálogo interno empezamos a ser más conscientes de las sensaciones corporales. Estamos más atentos a nuestra respiración, a nuestra postura y en general a todo lo corporal.
Se va estableciendo cada vez más una mayor distancia con los procesos mentales; en general, se observa la aparición de pensamientos pero no nos identificamos con ellos. Los observamos sin dar por hecho que tengan que ser ciertos. Se deja paulatinamente de sentir ira y se observa como aparecen sentimientos de ira, se observa como aparecen sentimientos de baja autoestima en vez de pensarse que uno es un inútil….
Aumento de la compasión por nosotros mismos y por los demás. En la meditación, una de las instrucciones más importantes que nos damos es la aceptación del proceso salga como salga y tengamos las distracciones que tengamos. Vamos observando nuestros “fallos” con compasión, y esa compasión es luego extrapolable a los demás.
Cambios en la conciencia del YO. No desarrollamos una idea rígida de cómo soy yo. Hay más libertad para el cambio ya que no nos percibimos como “un producto terminado”, sino que somos personas en continua evolución y cambio.